La pandemia de COVID-19 ha impactado al mundo en todo sentido. En este periodo de tiempo, se estima que la transformación digital se ha acelerado de cinco años a menos de un año. La virtualidad entró en escena y puso en debate otra forma de comunicarnos. Reconvertirse y reconstruir. “El proceso de digitalización de la sociedad que, en una normalidad podría tomar 5 años para alcanzar el actual nivel se aceleró y se implementó en 40 días. Gobiernos, universidades, empresas, emprendedores y personas suman día a día nuevas herramientas y capacidades digitales de forma casi obligada”, lo expresó Diego Pasjalidis, en su estudio – La transformación digital se aceleró 27 veces.
De esta manera, el Covid-19 se ha transformado, en cierto punto, en un instrumento de medición para saber cuán preparados estábamos a nivel privado y público para afrontar la transformación digital. En ese sentido, se evidencia que esa transformación no solo tiene que ver con la tecnología sino también con el capital humano. Los avances en lo digital avanzaron a un ritmo sin precedentes, donde el conocimiento humano al respecto quedó obsoleto.
La tecnología no es el “qué” sino el “cómo”. Ese es el gran dilema, cómo debe afrontar esta transformación cada persona, cada empresa, cada gobierno. El desafío en ese contexto es aprender a desempeñarse en un entorno volátil, incierto, complejo y ambiguo, lo que nos obliga a pensar en una estrategia de transformación digital, primero para sobrevivir, y recién luego, para definir cómo implementar esa tecnología, para conocer cómo funciona y cómo utilizarla.
Hoy uno de los problemas que se evidencia es la mala utilización de esa tecnología con una mentalidad obsoleta, generando barreras culturales y el retraso de procesos que van más rápido que el aprendizaje humano. Una vorágine de cambios que nos piden una actualización constante.