Por Pablo Díaz. Consultor en marketing político

Académicos de las ciencias políticas y la comunicación social, suelen afirmar que los debates políticos son eventos cruciales dentro de las campañas electorales. La tradición mediática de los debates nos viene desde el país del norte cuyo sumun fue el de 1960 entre Richard Nixon y John F. Kennedy. En Argentina tuvimos una fallida experiencia en 1989 entre Eduardo Angelóz y Carlos Menem. Y una exitosa remake en 2015 entre Daniel Scioli y Mauricio Macri fue la base que dio fundamento a la ley 27.337 del 2019 que lo dejó oficialmente instituido.

En la provincia de Río Negro podemos referenciar el del año 2015 en los estudios de TV del canal 6 de Bariloche entre Alberto Weretilneck, Miguel Pichetto, Horacio Massaccesi y Magdalena Odarda. Al que sucedieron otros debates locales desde 2019 en Viedma, Choele Choel, General Roca, etc.

Se sostiene, desde la perspectiva de la ciencia política, que ofrecen a los candidatos una oportunidad para presentar sus ideas y propuestas, y para convencer a los votantes de que son la mejor opción para ocupar el cargo público en cuestión.

Se cree, además, desde la visión de la comunicación social (especialmente de su rama publicitaria) que su importancia radica en que ofrecen a los votantes una oportunidad para evaluar la personalidad y las habilidades de los candidatos en un contexto en vivo. Los votantes pueden observar cómo los candidatos responden a preguntas difíciles, cómo interactúan con otros candidatos y cómo manejan situaciones de conflicto. Se cree que esto puede influir en la forma en que los votantes perciben a los candidatos y en su disposición a votar por ellos.

Por otra parte, desde que el marketing se metió de lleno en el campo político y echamos mano a los estudios de las neurociencias, sabemos que el cerebro humano procesa la información de una manera emocional antes que racional. Por lo tanto, los consultores que asesoramos en campañas electorales nos ocupamos que nuestros candidatos sean capaces de conectar emocionalmente con los votantes durante estos debates, a través de la utilización de técnicas de comunicación no verbal, como la postura corporal, el contacto visual y la expresión facial, así como a través de la utilización de un lenguaje claro y sencillo que conecte con la audiencia.

No obstante, entre los investigadores mundiales de opinión pública, mercados electorales y campañas políticas, que solemos referenciarnos más en las estadísticas, la sociología y la psicología, está creciendo el consenso acerca de la irrelevancia de estos para la alteración del voto de los electores y por consiguiente para el cambio de las tendencias electorales.

Por ejemplo, en la bibliografía española podemos encontrar en los análisis estadísticos realizados por Díez y Semetko, Barreiro, Sánchez-Cuenca y Lledó basados en estadísticas de 1993; en las investigaciones de Fernández-Albertos y Martínez i Coma basados en las campañas de 2008; como en las aportaciones al nuevo método estadístico de Luengo, y Garrido y Sierra en las campañas de 2011, que la relación de los debates y sus efectos respecto al voto son principalmente de “refuerzo o materialización de las tendencias existentes”, no comprobándose empíricamente (en los resultados finales de las elecciones) alteraciones a las tendencias que marcaban las encuestas previas.

También se observó en esos estudios que la información posteriormente emanada de los medios de comunicación señalando un ganador del debate no influyó en la decisión de los electores. En Alemania, Estados Unidos, Latinoamérica y también en argentina, hay prestigiosos colegas que también han investigado este tema y llegado a las mismas conclusiones que los investigadores españoles: Los debates electorales no sirven para cambiar la decisión de voto de los electores.

¿Por qué? Debieras estas preguntándote, y la respuesta ya la anticipé entre líneas anteriormente. Porque la motivación de voto no es racional sino emocional. Los televidentes y espectadores que participan de los mismos (proporcionalmente pocos en relación con el padrón electoral) no llegan allí en estado de asepsia mental y ávidos de conocimiento sino cargados de sesgos y prejuicios que condicionan su sistema de decisiones. No van al debate para aprender sino para confirmar sus creencias previas (sesgo de confirmación) y no van para entender sino para ver como “su candidato aporrea y destruye” a los adversarios.

Si la ciencia está demostrando la irrelevancia de los debates para influenciar en la decisión de los electores, ¿Por qué se siguen haciendo? Te estarás preguntando. Pues, en mi humilde entender y a riesgo de seguir ganando enemigos en la profesión, creo que es porque les conviene a los medios de comunicación como contenido de entretenimiento de sus audiencias facturando publicidad, a los comunicadores porque les alimenta su ego influenciador y a muchos colegas porque pueden también facturar extra sus servicios de consultoría.