Por Hugo Busso, autor del libro “Ecoocreatividad. Utopías concretas para tiempos inciertos”, EDUVIM, 2025.
Los relatos constituyen el tejido invisible que organiza nuestra vida colectiva e individual. No se limitan a narrar hechos: generan sentido, estructuran valores, jerarquizan relaciones y delinean los horizontes futuros de una comunidad. Toda sociedad, desde la familia hasta la Nación, se nutre de relatos que legitiman sus orígenes, garantizan su continuidad y orientan su devenir. El poder del lenguaje es inmenso: las palabras no solo describen, sino que crean realidades, suscitan emociones y orientan conductas. De ahí la doble faz del relato: puede fundar una comunidad libre y consciente, pero también puede ser instrumentalizado para moldear comportamientos dóciles al servicio del mercado, la política o la religión.
Todo relato se inscribe en relaciones de poder, atraviesa nuestros cuerpos y activa nuestras percepciones. Produce mapas simbólicos de territorios que nunca alcanzamos de manera directa, pero que configuran nuestras experiencias y afectos. Freud identificó en el inconsciente un depósito de relatos reprimidos, y Lacan descubrió en él la trama de los “significantes” que revelan el deseo. Sin embargo, en el relato filosófico e iniciático, tal como lo propone ciertas vías espirituales, se busca romper la repetición de lo idéntico: no se trata de abrir la puerta al mismo deseo perpetuado, sino de hallar pasajes inéditos mediante un trabajo interior paciente, simbolizado por la piedra que cada uno debe pulir para insertarla en el templo común, resonando con la Vida.
Así, los grandes relatos de la humanidad —los Evangelios, la Ilustración, la Revolución, la República, La libertad— fueron en su origen fisuras en la evidencia, aperturas hacia nuevos horizontes de libertad y sentido. Testimonian que la inteligencia humana es inseparable de la pasión vital, mientras que los cálculos de la inteligencia artificial permanecen como correlaciones desencarnadas. Las ideas, en este sentido, no son meras abstracciones: son emociones pensadas, experiencias encarnadas. Hay que “sentipênsar” con y en el mundo, resonando con la vida, como propone el antropologocolombiano Arturo Escobar.
Nuestra tarea fraterna consiste, por tanto, en hacer consciente ese relato común de solidaridad y cooperación, asumiendo nuestros símbolos y valores como herramientas operativas en sentido ecoocreativo, no como ornamentos especulativos de ciencias exactas o ideologías superficiales sin impacto en la vida cotidiana concreta. “Pulir la piedra” equivale a reescribir nuestro propio relato, haciéndolo auténtico y vivido en gestos generosos y hábitos ecológicos. Porque, en el fondo, ¿no es acaso la vida el relato siempre renovado de un trabajo interior compartido?
La diferencia es al fin de cuentas un regalo precioso, pensar todos iguales es la condena a lo mismo sin matices. La tolerancia y la cooperación deben siempre, de modo pragmático, mirar el beneficio de las mayorías en Argentina. Y que Espert sea incluido, aunque primero, deberá comparecer con la justicia acerca del dinero recibido del narcotráfico. Y que su amiguita Karina, la hermanita del comercial de Libra, no le cobre el 3%…
Entonces, como dice con ironía Bugs Bunny: ¿Qué hay de nuevo, viejo?