Por Florencia Guttlein. Comunicadora Social

Días atrás, la intendenta de San Miguel de Tucumán, Rossana Chahla, compartió en sus redes sociales un video donde aparece caminando por las oficinas municipales acompañada por un robot humanoide. En tono jocoso, lanzó una frase que rápidamente encendió las redes: “Los voy a despedir a todos, los voy a reemplazar por él”.

Aunque dicho en forma de chiste, el comentario dejó al descubierto una preocupación muy real: ¿Puede la inteligencia artificial (IA) suplantar el trabajo humano? ¿Qué implica que un robot esté hoy recorriendo una dependencia del Estado?

Lejos de cualquier escena futurista, la presencia de tecnología inteligente en espacios laborales es cada vez más común. Chatbots que atienden reclamos, algoritmos que clasifican currículums, sistemas que optimizan rutas de transporte o analizan datos en tiempo real. La revolución ya no es una promesa: está ocurriendo ahora mismo.

Y sin embargo, la pregunta clave no es solo si un robot puede hacer nuestro trabajo, sino cuáles trabajos, en qué condiciones, y con qué consecuencias humanas, sociales y éticas.

En muchas tareas repetitivas, administrativas o de procesamiento, los sistemas de IA han demostrado ser más eficientes y rápidos que los humanos. Pero hay algo que no pueden imitar —al menos por ahora—: el criterio ético, la empatía, la creatividad situada, la capacidad de diálogo y comprensión del contexto.

Despedir a un trabajador no solo tiene consecuencias económicas para esa persona, sino que también rompe vínculos, desarma redes, deshumaniza procesos. Un robot puede ofrecer información, pero no puede contener, escuchar, proponer soluciones desde la sensibilidad. Un robot no se cansa, pero tampoco lucha por sus derechos ni construye comunidad.

La tecnología no es el problema. El problema es cómo decidimos usarla. ¿La incorporamos para mejorar las condiciones laborales y liberar tiempo para tareas más humanas, o la usamos como excusa para ajustar personal y concentrar decisiones?

Volviendo al video de la intendenta, lo inquietante no es el robot. Es el mensaje implícito que transmite: que la eficiencia importa más que las personas. Que el futuro está escrito, y que la única salida es adaptarse o desaparecer. Pero el futuro no está dado: se construye con decisiones políticas, económicas y sociales. Y también con conciencia crítica.

Necesitamos discutir en serio qué tipo de trabajo queremos, qué lugar ocupan la IA y los algoritmos en nuestras vidas, y sobre todo, cómo defendemos el valor del trabajo humano en tiempos donde lo automático parece tener más prestigio que lo artesanal.

La robotización es una oportunidad si se la piensa con justicia social. Pero si se la utiliza para precarizar, disciplinar o sustituir sin criterio, entonces sí, será una amenaza.

Lo que necesitamos no son más robots caminando por las oficinas públicas, sino más debates abiertos, responsables y humanos sobre el lugar que queremos darle a la tecnología en nuestras sociedades.