Muchas fiestas son las que se realizan a lo largo del año impulsadas en la fe católica. Pero de todas ellas, la que más recuerdos y momentos hermosos trae a la mente es sin lugar a dudas la de la Navidad.

Y esto nos lleva a la época en que éramos niños, cuando esperábamos con ansiedad en los días previos la fiesta que reunía a la familia por excelencia, que iba unida a las comidas especiales y a los postres que a pesar de ser verano, impusieron también en nuestra cultura del hemisferio sur.

Eran otras épocas… cincuenta años atrás los niños se reunían en torno a la mesa al aire libre o en el comedor, y todo era alegría. El asado, las ensaladas, los postres, abrían el festejo alrededor de las diez de la noche. Luego, pasadas apenas las 11 se abría un impasse en el que se preparaba toda la pirotecnia para la medianoche y luego llegaba el brindis y el pan dulce, elaborado con recetas que heredamos de Italia.

Era también la hora de abrir los regalos, ubicados entre el pesebre y el árbol de navidad o “pinito” como lo conocíamos comúnmente. Los niños especialmente, eran los destinatarios de los regalos, que sabían de épocas buenas y que igual subsistían en las épocas de vacas flacas.

Llegada la medianoche, apenas pasado el brindis, la gente salía a la puerta y se escuchaba música que instaba al baile, que se repetían en incontables lugares de las ciudades. No había alguna cuadra en la cual no se bailara, y si el tiempo acompañaba, la fiesta se prolongaba hasta las primeras luces del 25.

Algunos se animaban, dentro del recorrido en la visita a amigos y familiares, a improvisar un conjunto musical y a entonar villancicos a cambio de una copa de sidra que les obsequiaba el dueño de casa.

Eran otras épocas, en donde no usar petardos –cuanto más potentes mejor- sonaba como a ser un extraño en medio del bullicio.

En Río Cuarto, muchas veces se escuchaba salir las autobombas de Bomberos Voluntarios, ya que alguna cañita voladora o un globo, habían caído en un baldío y se producían incendios.

En los diarios, en estos días se ponía especial atención a qué cifra había llegado el número de personas lesionadas (quemados o heridos por la pirotecnia) y siempre ocurría algún episodio grave con mutilaciones en niños o mayores.

Era la época de mucho ruido, que contrasta con el panorama de estas últimas décadas donde se nos ha enseñado que existen niños con la enfermedad del autismo, a quienes en la mayoría de los casos las explosiones aterran.

Luego vinieron los defensores de los animales (los perros especialmente) que denunciaban el sufrimiento de estos animales por los petardos y por estos dos factores fundamentalmente las municipalidades fueron prohibiendo la venta de pirotecnia y  hoy son sólo un recuerdo, mientras en los comercios reaparecen otros artefactos que llaman ahora “pirotecnia insonora”, verdaderas obras de arte de la pirotecnia heredada de los Chinos.

En las reuniones familiares algunos comían como si fuera la última vez, mientras las mujeres se cuidaban la silueta para no subir de peso ante la inminencia de la llegada de la concurrencia a las sierras, a las playas o a las piletas.