Por Gustavo Román. Director Propietaria de La Ribera Multimedio
En pocos días los argentinos volveremos a las urnas para decidir nuestro futuro. Ejerciendo el derecho al voto, tendremos la posibilidad de enviar un mensaje claro sobre el país en el que queremos vivir, pero, sobre todo, de elegir a los hombres y mujeres que mejor nos representen en el Congreso Nacional.
El desconcierto político es tan visible que el propio sistema partidario se ha dispersado en 18 propuestas diferentes, la mayoría muy similares entre sí y con escaso nivel de ideas capaces de despertar interés en un electorado agotado por la crisis social y económica que atraviesa el país.
La provincia de Córdoba, por su parte, refleja en sí misma una diversidad de realidades. Posee al menos cinco regiones con características y necesidades distintas: algunas con serias dificultades de desarrollo y limitado potencial productivo; otras con demandas específicas derivadas de su pujanza agropecuaria; y los conglomerados urbanos, que requieren respuestas urgentes en materia social y de servicios.
En todos los casos, hay un punto en común: el Estado nacional se ha desentendido por completo. Le dio la espalda a Córdoba y no atendió ninguno de los reclamos provinciales durante la actual gestión de gobierno.
Aun así, Javier Milei y su equipo aspiran a obtener en este distrito uno de los mejores resultados electorales del país. Sus candidatos a diputados nacionales carecen de vínculos con las necesidades concretas de las distintas regiones cordobesas. Sin embargo, las encuestas anticipan que serían los más votados el próximo 26 de octubre.
¿Cómo se explica esta paradoja? ¿Cómo llegamos a una situación tan contradictoria? ¿Por qué los cordobeses podrían respaldar a quienes, una vez en el Congreso, difícilmente defenderán sus intereses?
Parte de la respuesta puede hallarse en las conductas de los partidos tradicionales de la provincia. Tanto el radicalismo como un sector importante del justicialismo cordobés contribuyeron al crecimiento de un proyecto de país entreguista y mesiánico.
La figura de Rodrigo de Loredo sintetiza ese proceso desde el radicalismo: oscilante, pragmático y más preocupado por su conveniencia personal que por la coherencia histórica del partido. Su conducta política dejó a la UCR fragmentada y desdibujada. Aguad, Mestre y De Loredo son, en buena medida, responsables de la pérdida de identidad radical en las últimas dos décadas.
Del otro lado, el oficialismo provincial convivió sin reparos con la derecha más dura de la política argentina. Aportó estructura y dirigentes a los proyectos de Mauricio Macri primero, y de Javier Milei después, cuyas políticas dañaron profundamente la economía nacional y perjudicaron a Córdoba.
Cuando Juan Schiaretti cuestiona el rumbo económico actual, omite su propia cuota de responsabilidad: acompañó y avaló, con sus representantes en el Congreso, muchas de las decisiones que hoy critica. El resultado es un justicialismo cordobés desgastado, carente de acción territorial, sin recambio generacional y sometido durante años a una conducción personalista y vertical.
Ese modelo de poder empieza a mostrar sus límites. La militancia busca ahora un nuevo espacio de representación, con voces jóvenes que expresen pertenencia, compromiso y una mirada renovadora.
Las elecciones de medio término no se definen por el peso de los aparatos políticos, sino por el pulso social. Esta vez, la emocionalidad jugará un rol determinante. El cansancio con ciertos dirigentes y discursos repetidos será el disparador de una decisión ciudadana que, más allá de las estructuras, reflejará el hartazgo con la clase política tradicional.
El domingo 26 hablarán las urnas. Y el mensaje, esta vez, promete ser tan contundente como incierto el panorama que deja la política argentina.