Hugo Busso, autor “Ecoocreatividad. Utopias concretas para tiempos inciertos”, EDUVIM.

Las reflexiones que siguen abajo, las presentaré en un encuentro sobre “ecoespiritualidad”, el cual se desarrollará en Paris el 22 de noviembre del 2025, un día después del encuentro en Brasil, donde Argentina se alineó erróneamente con las versiones negacionistas y mas retrogradas del contexto geopolítico, acerca del cambio climático: los EEUU, India, Hungría.

La COP celebrada en Brasil en noviembre de 2025 que terminara en 21 de noviembre, terminara, como muchos prevén, con acuerdos mínimos e insuficientes frente a desafíos tan urgentes como radicales, cuyas consecuencias empiezan ya a ser irreversibles a corto plazo. El coste de no actuar y de no poner en marcha una transición disruptiva de nuestro modo de vida no solo será mucho mayor a medio plazo, sino que puede llegar a ser directamente fatal.

Desde la ecospiritualidad, como horizonte no partidario políticamente hablando, el horizonte que se vislumbra es el de uno de los mayores desafíos de época y de civilización a los que se ha enfrentado la humanidad en lo que se ha llamado la era del Antropoceno. El reto tiene que ver con lo Universal en una fase en la que el paradigma moderno está puesto en cuestión. Por eso, las luces de la modernidad y todo horizonte “progresista” tendrían que reformular sus preguntas y, en consecuencia, también sus respuestas, que deberían aspirar igualmente a ser universales.

Las divisiones estancas entre política, sociedad, economía, cultura, ecología o biología se agrietan y se apelmazan cuando entran en contacto con el “agua de la vida”. Hoy esto se ve claro en el hecho de que estos ámbitos siguen regulados sobre todo por normas e imperativos económicos y presupuestarios, tanto de los Estados como de regiones supranacionales como la Unión Europea.

La ecospiritualidad, en este contexto, debería integrar las reflexiones transmodernas[1], en un primer sentido que vaya más allá de los modelos consumistas, es decir, más allá del horizonte neoliberal, tanto en sus categorías como en su práctica política de gestión de la vida humana y no humana del planeta. Estos dos horizontes —el ecológico y el espiritual— apuntan hacia un camino ecoocreativo[2], entendido como una respuesta experimental y creativa de unas “nuevas luces” transmodernas.

En primer lugar, el horizonte radical de la democracia hoy debería concretarse en respuestas colectivas a estos desafíos muy concretos: inversión, financiación, producción, consumo. Eso implica cambios en la gestión pública y una apertura educativa y cultural en todos los niveles, en todas las instituciones y en todas las escalas: local, regional, territorial, continental y mundial. Se trataría de construir una nueva institucionalidad capaz de organizar el caos de este final de ciclo moderno-productivista —el capitalismo neoliberal hegemónico de la globalización económica— a partir de una racionalidad democrática basada en la co-creación cooperativa del futuro; un futuro vivible, deseable y realizable. Es lo que he llamado “ecoocreatividad”: utopías concretas sostenidas por el principio esperanza.

En segundo lugar, la orientación de los apoyos y de las restricciones necesarias para la transición ecológica debe estar compensada, para evitar que se reproduzcan y agraven las alarmantes desigualdades en la distribución de los recursos económicos y en las consecuencias ambientales que soportan las poblaciones y los ecosistemas.

Por último, este proceso obligará a “santuarizar” ciertos criterios que marquen la dirección imperativa de la acción planetaria y de la gestión regional-estatal-institucional de las agencias que tienen poder real para actuar en la transición. Será necesario asumir las quejas individuales por la pérdida de privilegios y, sobre todo, por el derretimiento de los deseos ligados a una falsa libertad de consumo infinito. Todo ello se traducirá, muy probablemente, en nuevas desigualdades y en campos de batalla políticos cada vez más violentos, que en el extremo podrían convertirse en guerras por recursos vitales cada vez más escasos.

La destrucción ya no llamará solo a la puerta en forma de conflictos entre humanos y culturas, sino también como un enfrentamiento entre la cultura humana y aquello que llamamos “naturaleza”. Esta confrontación hará evidente, de manera brutal, el derrumbe ecosistémico de la red de la vida, recordándonos que, en última instancia, todos somos Uno.

En conclusión, podemos decir que la ecospiritualidad no es una vía de escape frente a una realidad que nos recalienta peligrosamente, ni tampoco una simple actividad placentera y necesaria como hacer jardinería o cuidar un huerto doméstico. Es, más bien, una conciencia empática y sensible que actúa “sentipensando” —como diría la tradición latinoamericana— de manera multidimensional, promoviendo y sosteniendo instituciones humanas que hagan posible que sigamos viviendo en este planeta maravilloso, sin que la intensidad ciega de nuestros deseos acabe por incendiar toda posibilidad futura de complicidad armónica con la gran red viviente.

[1] La transmodernidad es un concepto derivado de la filosofía de la liberación (Enrique Dussel) que difiere del concepto de «posmodernidad» de François Lyotard. Se trata de una propuesta esencial que pretende superar los límites de la modernidad eurocéntrica. Es un proyecto que intenta integrar las perspectivas históricas y culturales excluidas del Sur global, incorporándolas en un diálogo intercultural y transcultural, es decir, «pluriversal».

[2] « Écoocreatividad » es un neologismo que combina «ecología», «cooperación» y «creatividad». Creé  este neologismo en mi libro. « Ecoocreatividad. Utopias concretas para tiempos inciertos», EDUVIM, Argentine, 2025.