Por Florencia Guttlein. Comunicadora Social.
El gobierno de Nepal creyó que censurando las redes sociales podía sofocar el descontento. El jueves 4 de septiembre, el primer ministro K.P. Sharma Oli firmó la orden que bloqueó 26 plataformas digitales —entre ellas Facebook, YouTube y X— bajo el argumento de que las empresas no cumplían con las regulaciones locales. La medida, presentada como un acto administrativo, fue en realidad una confesión política: el miedo a la voz de los jóvenes.
La censura llegó justo cuando el país ardía en redes con una campaña viral en TikTok, conocida como “Nepo Kid”, que denunciaba los lujos y privilegios obscenos de los hijos de la élite política. En otras palabras, no fue la tecnología lo que encendió la furia, sino la desigualdad que los algoritmos amplificaron. El contenido que se viralizó en TikTok hizo mostrar lo que la política ocultaba y la respuesta del poder fue la censura.
Pero en plena era digital, esa decisión puede costar muy caro. Miles de adolescentes, la Generación Z, salieron a las calles de Katmandú. La escena era simbólica: la juventud, con su futuro hipotecado, desafiando un poder que pretendía infantilizarlos prohibiendo las redes que ellos habitan como espacio natural. La represión policial, con camiones hidrantes y gases lacrimógenos, no hizo más que escalar la tensión. Y cuando los videos de la violencia comenzaron a circular, pese al bloqueo, la indignación se volvió incontrolable.
En apenas 48 horas, el Estado Nepalí colapsó. El saldo trágico de 19 muertos y más de 300 heridos no detuvo a los manifestantes, que avanzaron contra símbolos y edificios del poder, hasta obligar al primer ministro a renunciar y ser evacuado por el Ejército.
Lo que ocurrió en Nepal es un mensaje claro: las redes sociales ya no son un simple canal de entretenimiento, sino un espacio de organización, de construcción de identidad política y de resistencia. Para la Generación Z, prohibir Facebook o TikTok no es un detalle técnico, es un ataque a su modo de existir, de informarse y de expresarse.
El poder terminó regalándole a los jóvenes la causa común que necesitaban para salir a la calle. La censura, lejos de sofocar la protesta, la encendió. Y en un país donde la brecha entre la clase dirigente y la sociedad es tan brutal, esa chispa se convirtió en incendio literal: la casa de gobierno, símbolo último del poder, ardió bajo la furia de una generación que decidió no callar.
Nepal es un espejo global. Los gobiernos que creen que pueden resolver la crítica con el silencio digital olvidan que cada apagón es percibido como un golpe a la democracia. Y que, en tiempos de hiperconexión, la represión en línea es tan inflamable como la pólvora en la calle.
En dos días, la Generación Z quebró a un gobierno. No fue magia. Fue la consecuencia lógica de un poder que confundió censura con control y terminó dándole a los jóvenes la bandera de una rebelión.