Por Guillermo Ricca. Dr. en FilosofĆa.
En un libro reciente e imprescindible para entender los inicios de las casi cuatro dĆ©cadas de democracia ininterrumpida en Argentina, Juan Carlos Torre nos entrega una clave para comprender por quĆ© este paĆs tropieza una y otra vez con la misma piedra. Torre es sociólogo, tiene una larga trayectoria que incluye libros fundamentales sobre la historia del peronismo (La vieja guardia sindical y Perón) y en Ć©ste, Una temporada en el quinto piso, nos entrega los diarios de su paso como asesor del ministerio de economĆa entre 1983 y 1989. El tono es pesimista desde el comienzo: AlfonsĆn recibe un paĆs devastado económica y socialmente, ni hablar en tĆ©rminos polĆticos; se iniciaba la posdictadura en Argentina, el paĆs entraba en una primavera que durarĆa bien poco y que nunca llegarĆa el Ministerio de EconomĆa.
La clave que refiero se encuentra en una conversación con Alain Touraine, maestro de Torreen sus años de formación en Francia. Es necesario disolver, dice Touraine, la polarización entre democracia y justicia social con una interpelación a la conciencia nacional. ¿Quiénes pertenecen a la nación? ¿Quiénes forman parte de ella? ¿Los terratenientes herederos de la colonia? ¿Los trabajadores? ¿Los nuevos colonos rurales de comienzos del siglo veinte? Ese dilema nunca fue resuelto en Argentina.
La prueba, en el presente, es la miserabilidad de una generación de dirigentes polĆticos que, mientras el paĆs se asemeja a un Titanic que navega por aguas heladas con el boquete de una deuda impagable y totalmente fugada, piensa en las ventajas o desventajas polĆticas de una fotito. Resulta que, ahora, a los dirigentes de la UCR y del PRO les parece imprescindible discutir el acuerdo con el FMI en el Congreso, no les pareció lo mismo cuando el ex presidente Macri tomó una megadeuda con el organismo que no tenĆa injerencia en el paĆs desde el aƱo 2007.
Parece ser que la devoción por la deliberación parlamentaria es selectiva en la oposición. Ni hablar de la miserabilidad de Schiaretti al sumarse a esa ya mencionada miserabilidad. El argumento esgrimido es que se tratarĆa de una reunión polĆtica; parece que, de pronto, los dirigentes cambiemitas descubrieron la pólvora: una reunión del ministro de economĆa con gobernadores y otros actores sociales es una reunión polĆtica Āæy quĆ© otra cosa serĆa o deberĆa ser? De todos modos, el gaffe de ese argumento bobo, descubre una racionalidad o, mejor serĆa decir, una irracionalidad latente en el comportamiento de las dirigencias polĆticas a los largo de estas casi cuatro dĆ©cadas.
Cuando la polĆtica es cancelada, cuando la posibilidad de un diĆ”logo agonĆstico es clausurada, sólo queda la guerra de posiciones, dirĆa Gramsci, el atrincheramiento de cada sector en su propia casamata. Cómo dice un amigo filósofo de larga trayectoria, Argentina, en esas condiciones, estĆ” condenada a vivir una guerra civil de baja intensidad. Uno de los problemas del discurso cambiemita es su continuidad con el discurso de la dictadura: no basta ganarle una elección al peronismo: es necesario que esa identidad polĆtica sea aniquilada; de ahĆ las operaciones mediĆ”tico judiciales y la puesta en marcha de aparatos de inteligencia para armar carpetazos.
En eso estamos. Mientras, la dirigencia polĆtica en su mĆ”s alto nivel baila en la cubierta del Titanic y el pueblo espera soluciones que no llegarĆ”n mientras la interpelación a formar parte de una nación soberana no encuentre ecos de realización. Formar parte de una nación no es agregar corporaciones; implica poner por encima un interĆ©s general que es mucho mĆ”s que sumatoria de intereses particulares. Es decir, implica poner en primer plano la virtud pĆŗblica. Ya sabemos quĆ© sucede cuando eso no sucede: imperan el terror y la corrupción. Corrupción no es tan sólo tirar bolsos por encima de los muros de un convento; corrupción es no estar a la altura de las demandas del tiempo.
Corrupción es trabajar denodadamente para que la nación nunca se realice históricamente y de ese modo, los miserables de siempre sigan dominando a un pueblo ya cansado, asqueado y sin esperanzas.