Por Florencia Guttlein. Comunicadora Social.

La irrupción de la inteligencia artificial (IA) en nuestras vidas no es nueva, pero sí lo es la velocidad y profundidad con la que se está integrando en la educación. En particular, el acceso masivo a la IA generativa, ha marcado un verdadero punto de inflexión. En este nuevo escenario, la educación se enfrenta a un abanico de oportunidades inéditas , pero también a interrogantes profundos que exigen reflexión y regulación.

Para los educadores, la IA representa un aliado poderoso. Las posibilidades que ofrece permiten hiperpersonalizar el aprendizaje , adaptando contenidos y actividades a las necesidades y ritmos de cada estudiante. Además, la IA facilita la creación de contenidos innovadores y actualizados , permitiendo al docente centrarse más en la guía pedagógica que en la producción material.

Sin embargo, esta revolución no está exenta de tensiones: ¿cómo equilibrar el uso de estas herramientas con el juicio pedagógico? ¿Hasta qué punto delegar decisiones educativas en algoritmos?. 

Los y las estudiantes, por su parte, se están adaptando a este nuevo entorno con naturalidad. En el nivel secundario, muchos ya utilizan herramientas de IA generativa —como ChatGPT o asistentes de escritura. En cambio, en el ámbito universitario, su uso se admite con más soltura, aunque aún es limitado. Este escenario plantea desafíos urgentes: ¿cómo garantizar un uso crítico, ético y formativo de estas tecnologías? ¿Qué implica «aprender» en una época donde una herramienta puede redactar un ensayo o resolver un problema en segundos?

Más que restringir, se trata de educar en el uso consciente. La IA puede ser una herramienta que fortalezca el pensamiento crítico y la creatividad, pero para ello es indispensable una alfabetización digital profunda, tanto en alumnos como en docentes.