El 4 de octubre el santoral católico indica que es la fiesta de San Francisco de Asís. En pleno siglo XXI, los franciscanos sienten que, seguir los pasos del santo, plantea un camino de acogida que lleva acompartir con aquellos que buscan no tanto lo religioso sino una vida centrada en lo espiritual.
En diálogo con el Multimedio La Ribera, fray Gustavo Valenzuela, guardián del convento franciscano riocuartense, destacó que la figura del fundador de la orden se encuentra plenamente presente en la religiosidad del pueblo argentino y expresó que las personas en la actualidad se encuentran en una “búsqueda espiritual” dentro de un mundo que resiste a lo religioso.
Para celebrar la fiesta de San Francisco de Asís, en Río Cuarto se lleva adelante un triduo con la prédica de sacerdotes afines a la espiritualidad que ellos tienen como norma. La misa central se realizará el domingo 5 a partir de las 20 horas en el templo de Alvear y Deán Funes.
Este sábado 4, a las cinco de la tarde se realizará la tradicional “Quermese de Francisco” que se realizadesde hace algunos años con la participación de toda la comunidad.
“Estamos en tiempos de sociedades más secularizadas como es la nuestra en Argentina. Yo estoy viniendo de Colombia y allí hay mucho más religiosidad popular. Es muy diferente”, señaló Fray Gustavo.
Una búsqueda espiritual
“Yo creo que en nuestra sociedad, que es más secularizada, hay una búsqueda de experiencia espiritual más allá de la expresión religiosa. El desafía que tenemos nosotros es ver cómo traducimos de una manera más comprensible, más entendible, el mensaje de siempre, pero para una sociedad que ya no maneja los mismos marcos simbólicos”, comenzó señalando el guardián del convento.
“Hay mucha gente que dice y afirma realmente creer en Dios y querer una experiencia espiritual seria, pero no necesariamente vinculada a la práctica religiosa tradicional. Por ejemplo, la celebración de la misa no le dice nada, pero si uno los invita a un espacio de oración silenciosa, contemplativa, le resulta mucho más significativo”, sostuvo el religioso.
“Yo creo que es necesario este trabajo de retraducción de todo lo religioso a un nivel más profundo, espiritual”, expresó fray Gustavo.
Al ser consultado si este realidad se está dando en todo el mundo, aseguró que “Sí, es así…se está dando en todo el mundo una resistencia a lo religioso y apertura a lo espiritual. Creo que nosotros estábamos acostumbrados a una concepción bastante más restringida de lo espiritual como que lo espiritual se daba sólo en la expresión religiosa. Y ahora nos estamos dando cuenta que no. Hay una dimensión profundamente espiritual que no necesariamente tiene una vinculación con las prácticas religiosas de siempre”, expresó.
A muchas personas la m isa, los sacramentos, no les dice nada. Pero si uno los invita a un espacio de contemplación silenciosa, contemplativa, le resulta mucho más significativo.
“Entonces se van como encontrando mediaciones distintas, pero hay un resurgimiento de una búsqueda espiritual muy profunda y muy comprometida que es muy interesante que ojaláestemos a la altura de poder responder a eso que está surgiendo como necesidad”.
Apertura de mentalidad
Al ser consultado si se manifiesta en el católico tradicional o religioso una resistencia a quienes se incorporan en medio de esa búsqueda espiritual, el fraile respondió que a su parecer “de a poco se va abriendo la mentalidad de todos y se va aprendiendo a respetar que hay formas diferentes de sentir y de expresar lo religioso y de a poco nos vamos acostumbrando a vivir en esta diversidad muy grande”.
“En un momento –amplió el concepto- la expresión religiosa tenía muchos elementos uniformes y actualmente estamos aprendiendo que cada uno puede vivir y expresar su fe, su fe cristiana, católica, de manera diferente. Que no necesariamente todos tenemos que tener la misma forma, los mismos modos”.
“Esa tolerancia, ese respeto yo creo que va siendo al final mucho más cristiana en lugar de actitudes sectarias dentro de los grupos. Tenemos mucha tradición de grupos diferentes dentro de la comunidad cristiana: Legión de María, Renovación Carismática, Acción Católica… que convivían desde la conciencia de que creían todos en un mismo Dios, pero habían unas competencias dentro de la comunidad tremendas entre cada sector. Actualmente me parece que está habiendo como mayor apertura y mayor colaboración. Mayor conciencia de una comunidad que tiene rostros diferentes, expresiones diferentes y esto me parece muy bonito”.
A esta altura de la entrevista, le consultamos si todo esto no se contradice en parte con el espíritu franciscano al que estábamos acostumbrados.
“Al contrario. Yo creo que hay una experiencia que tiene Francisco muy interesante en 1217 cuando va a Oriente y se encuentra con el Sultán, se encuentra Francisco con que todo lo que le habían dicho sobre los musulmanes y el Sultán (la cristiandad del momento decía que todo lo que tenía que ver con los sarracenos, es decir con los musulmanes, era demoníaco y el Sultán era la encarnación de Lucifer) no era así”.
“Francisco se encuentra con una comunidad muy religiosa, que rezaba más que los cristianos y de allí trae cuando vuelve, algunos usos que nosotros no teníamos. Por ejemplo, manda una carta a todos los intendentes de los pueblos para que de alguna manera convoquen a la oración. De allí viene la tradición del Ángelus tres veces al día, que suenen las campanas para que la gente se ponga en oración. Todo eso lo saca del Islám. Francisco tiene una experiencia de apertura a algo totalmente distinto muy desconocido, y de lo que él había recibido una enseñanza muy adversa, muy de rechazo. Creo que esta situación de transición y de crisis es muy oportuna para la espiritualidad franciscana, porque la espiritualidad franciscana nace en un tiempo de mucho conflicto”, concluyó.
A Francisco le planteaban que todo lo que tenía que ver con los musulmanes era demoníaco y que el Sultán era el mismo Lucifer. No era así, ya que cuando viajó a Oriente se encontró que los musulmanes rezaban más que los cristianos y cuando regresa pone en práctica el rezo del Ángelus tres veces al día.
Breve historia
El 4 de octubre, la Iglesia Católica recuerda la figura de Giovanni di Pietro Bernardone, un joven rico que decidió cambiar su vida de fiestas con sus amigos ricos, por el compromiso de estar con el necesitado; la riqueza por la ayuda al pobre, y fundamentalmente de ayuda hacia los más excluidos, entre ellos los leprosos. Estamos hablando de San Francisco de Asís, el pobrecillo.
Y nos estamos refiriendo a uno de los santos que más se acercó a imitar a Cristo, y que pasó a la eternidad con el nombre de Francisco de Asís, un santo revolucionario en extremo, que pocos se atreven a proponerse imitar y que marcó a fuego la forma de entregarse al ideal de Jesucristo.
San Francisco de Asís fue un fraile, poeta y místico italiano del siglo XII que fundó la orden religiosa de los Franciscanos, inspirada en la pobreza, la humildad y el amor a la naturaleza y los más necesitados.
“En su juventud no se interesó ni por los negocios de su padre ni por los estudios. Se dedicó a gozar de la vida sanamente, sin malas costumbres ni vicios. Gastaba mucho dinero pero siempre daba limosnas a los pobres. Le gustaban las románticas tradiciones caballerescas que propagaban los trovadores”, sostienen los historiadores.
Cuando Francisco tenía unos veinte años, hubo pleitos y discordia entre las ciudades de Perugia y Asís. Francisco fue prisionero un año y lo soportó con alegría. Cuando recobró la libertad cayó gravemente enfermo. La enfermedad fortaleció y maduró su espíritu.
Su conversión
Cuando se recuperó, decidió ir a combatir en el ejército. Se compró una costosa armadura y un manto que regaló a un caballero mal vestido y pobre. Dejó de combatir y volvió a su antigua vida pero sin tomarla a la ligera. Se dedicó a la oración y después de un tiempo tuvo la inspiración de vender todos sus bienes y comprar la perla preciosa de la que habla el Evangelio. Se dio cuenta que la batalla espiritual empieza por la mortificación y la victoria sobre los instintos. Un día se encontró con un leproso que le pedía una limosna y junto con una moneda de oro le dio un beso en el rostro.
El leproso era uno de los más marginados entre la comunidad de aquella época, ya que padecía de una enfermedad incurable que atacaba la piel. Debía vivir a las afueras del pueblo, escondido, y hacer sonar una campana para que nadie se le acercara.
Para quien no lo sepa, la lepra es una enfermedad que va de a poco infectando y pudriendo las carnes. Empieza por una roncha, una mancha y va tomando distintas partes del cuerpo y las carnes se empiezan a caer: el leproso se va desfigurando al perder partes de la nariz, las orejas, el rostro, afectándole el resto del cuerpo al mismo tiempo que despide un olor putrefacto. En aquella época debían aislarse de las demás personas, vivir escondido en las afueras de los pueblos y alimentarse de lo que le dejaban algunos vecinos, y esperar la muerte o el milagro de la curación.
Visitaba y servía en los hospitales. Siempre, regalaba a los pobres sus vestidos, o el dinero que llevaba. Un día, una imagen de Jesucristo crucificado le habló y le pidió que reparara su Iglesia que estaba en ruinas.
Decidió ir y vender su caballo y unas ropas de la tienda de su padre para tener dinero para arreglar la Iglesia de San Damián. Llegó ahí y le ofreció al padre su dinero y le pidió permiso para quedarse a vivir con él.
El sacerdote le dijo que sí se podía quedar ahí, pero que no podía aceptar su dinero. El papá de San Francisco, al enterarse de lo sucedido, fue a la Iglesia de San Damián pero su hijo se escondió.
Pasó algunos días en oración y ayuno. Regresó a su pueblo y estaba tan desfigurado y mal vestido que las gentes se burlaban de él como si fuese un loco. Su padre lo llevó a su casa y lo golpeó furiosamente, le puso grilletes en los pies y lo encerró en una habitación (Francisco tenía entonces 25 años). Su madre se encargó de ponerlo en libertad y se fue a San Damián.
Su padre fue a buscarlo ahí y lo golpeó y le dijo que volviera a su casa o que renunciara a su herencia y le pagara el precio de los vestidos que había vendido de su tienda. San Francisco no tuvo problema en renunciar a la herencia y del dinero de los vestidos pero dijo que pertenecía a Dios y a los pobres.
Una cruz hecha con tiza
Su padre le obligó a ir con el obispo de Asís quien le sugirió devolver el dinero y tener confianza en Dios. San Francisco devolvió en ese momento la ropa que traía puesta para dársela a su padre ya que a él le pertenecía. El padre se fue muy lastimado y el obispo regaló a San Francisco un viejo vestido de labrador que tenía al que San Francisco le puso una cruz con un trozo de tiza y se lo puso.
San Francisco partió buscando un lugar para establecerse. En un monasterio obtuvo limosna y trabajo como si fuera un mendigo. Unas personas le regalaron una túnica, un cinturón y unas sandalias que usó durante dos años.
Cuando Francisco decidió cambiar de vida, su padre lo buscó y lo golpeó exigiéndole que le devolviera el costo en dinero de todas las costosas ropas que vestía. El Santo se despojó entonces de todas sus vestimentas y le dijo que de allí en adelante él pertenecía a Cristo.
Luego regresó a San Damián y fue a Asís para pedir limosna para reparar la Iglesia. Ahí soportó las burlas y el desprecio. Una vez hechas las reparaciones de San Damián hizo lo mismo con la antigua Iglesia de San Pedro. Después se trasladó a una capillita llamada Porciúncula, de los benedictinos, que estaba en una llanura cerca de Asís.
Era un sitio muy tranquilo que gustó mucho a San Francisco. Al oir las palabras del Evangelio “…No lleven oro….ni dos túnicas, ni sandalias, ni báculo..”, regaló sus sandalias, su báculo y su cinturón y se quedó solamente con su túnica sujetada con un cordón.
Comenzó a hablar a sus oyentes acerca de la penitencia. Sus palabras llegaban a los corazones de sus oyentes. Al saludar a alguien, le decía “La paz del Señor sea contigo”. Dios le había concedido ya el don de profecía y el don de milagros.
San Francisco tuvo muchos seguidores y algunos querían hacerse discípulos suyos. Su primer discípulo fue Bernardo de Quintavalle que era un rico comerciante de Asís que vendió todo lo que tenía para darlo a los pobres. Su segundo discípulo fue Pedro de Cattaneo. San Francisco les concedió hábitos a los dos en abril de 1209.
La primera regla
Cuando ya eran doce discípulos, San Francisco redactó una regla breve e informal que eran principalmente consejos evangélicos para alcanzar la perfección. Después de varios años se autorizó por el Papa Inocencio III la regla y les dio por misión predicar la penitencia.
San Francisco y sus compañeros se trasladaron a una cabaña que luego tuvieron que desalojar. En 1212, el abad regaló a San Francisco la capilla de Porciúncula con la condición de que la conservase siempre como la iglesia principal de la nueva orden.
Él la aceptó pero sólo prestada sabiendo que pertenecía a los benedictinos. Alrededor de la Porciúncula construyeron cabañas muy sencillas. La pobreza era el fundamento de su orden. San Francisco sólo llegó a recibir el diaconado porque se consideraba indigno del sacerdocio.
Los primeros años de la orden fueron un período de entrenamiento en la pobreza y en la caridad fraterna. Los frailes trabajaban en sus oficios y en los campos vecinos para ganarse el pan de cada día. Cuando no había trabajo suficiente, solían pedir limosna de puerta en puerta. El fundador les había prohibido aceptar dinero.
Se distinguían por su gran capacidad de servicio a los demás, especialmente a los leprosos a quienes llamaban “hermanos cristianos”. Debían siempre obedecer al obispo del lugar donde se encontraran. El número de compañeros del santo iba en aumento.
Santa Clara
Santa Clara oyó predicar a San Francisco y decidió seguirlo en 1212. San Francisco consiguió que Santa Clara y sus compañeras se establecieran en San Damián. La oración de éstas hacía fecundo el trabajo de los franciscanos.
San Francisco dio a su orden el nombre de “Frailes Menores” ya que quería que fueran humildes. La orden creció tanto que necesitaba de una organización sistemática y de disciplina común. La orden se dividió en provincias y al frente de cada una se puso a un ministro encargado “del bien espiritual de los hermanos”.
El orden de fraile creció más allá de los Alpes y tenían misiones en España, Hungría y Alemania. En la orden había quienes querían hacer unas reformas a las reglas, pero su fundador no estuvo de acuerdo con éstas. Surgieron algunos problemas por esto porque algunos frailes decían que no era posible el no poseer ningún bien. San Francisco decía que éste era precisamente el espíritu y modo de vida de su orden.
San Francisco conoció en Roma a Santo Domingo que había predicado la fe y la penitencia en el sur de Francia.
El primer pesebre
En la Navidad de 1223 San Francisco construyó una especie de cueva en la que se representó el nacimiento de Cristo y se celebró Misa.
En 1224 se retiró al Monte Alvernia y se construyó ahí una pequeña celda. La única persona que lo acompañó fue el hermano León y no quiso tener visitas. Es aquí donde sucedió el milagro de losestigmas en el cual quedaron impresas las señales de la pasión de Cristo en el cuerpo de Francisco.
A partir de entonces llevaba las manos dentro de las mangas del hábito y llevaba medias y zapatos. Dijo que le habían sido reveladas cosas que jamás diría a hombre alguno. Un tiempo después bajó del Monte y curó a muchos enfermos.
San Francisco no quería que el estudio quitara el espíritu de su orden. Decía que sí podían estudiar si el estudio no les quitaba tiempo de su oración y si no lo hacían por vanidad. Temía que la ciencia se convirtiera en enemiga de la pobreza.
La salud de San Francisco se fue deteriorando, los estigmas le hacían sufrir y le debilitaron y ya casi había perdido la vista. En el verano de 1225 lo llevaron con varios doctores porque ya estaba muy enfermo. Poco antes de morir dictó un testamento en el que les recomendaba a los hermanos observar la regla y trabajar manualmente para evitar la ociosidad y dar buen ejemplo.
Al enterarse que le quedaban pocas semanas de vida, dijo “¡Bienvenida, hermana muerte!” y pidió que lo llevaran a Porciúncula. Murió el 3 de octubre de 1226 después de escuchar la pasión de Cristo según San Juan. Tenía 44 años de edad. Lo sepultaron en la Iglesia de San Jorge en Asís.