Por Guillermo Ricca. Dr. en Filosofía

En la Edad Media, filósofos y teólogos de todas las confesiones religiosas escribían tratados para probar la existencia de Dios. Esas pruebas no estaban dirigidas a los escépticos porque no había. Estaban dirigidas a sostener la fe en buenas razones o, como dice Santo Tomás de Aquino: para evitar la burla de los gentiles. Parece que, en Río Cuarto, habrá que dar pruebas de que la Universidad Nacional situada en el km 601 de la ruta nacional 36, existe, ya que, ante el ataque reiterado a su sostenimiento por parte del Estado, como un derecho humano—tal las reiteradas declaraciones de la Conferencia Regional de Educación Superior de América Latina—parece que hay que dar pruebas de su existencia y beneficio para la ciudad y la región.

En efecto, ninguna institución de la ciudad, léase: Ejecutivo Municipal, Concejo Deliberante, Centro Comercial, Industrial y de Servicios, a los que habría que sumar a los Colegios de Profesionales, profesionales formados en su mayoría en la Universidad Pública, parece haber tomado nota de la gravedad de la situación que atraviesan las instituciones de educación superior universitaria en la Argentina, efecto directo de las políticas de ajuste brutal—con motosierra—del actual gobierno.

Las Universidades Nacionales están funcionando con el presupuesto de 2022 prorrogado a la fecha, sin atención alguna a la megadevaluación del 118 por ciento operada en los primeros días de diciembre de 2023, sumado a la inflación acumulada en estos tres meses que se suma a la del gobierno de AF. No hablamos sólo de la licuación de los salarios de la planta docente y no docente, sino también de gastos de funcionamiento que permiten que allí se desarrollen las actividades habituales de formación académica, investigación científica y vinculación con la comunidad.

El silencio es ensordecedor y abarca también a los partidos políticos que, en su mayoría, no han emitido una mísera hoja de comunicado no en solidaridad, porque se es solidario ante quien nos es ajeno, sino de involucramiento en el literal vaciamiento del sistema público universitario.

Parece que la universidad le es indiferente a la vida institucional, política, comercial y profesional de la ciudad como si se tratara de un problema técnico a resolver en alguna oscura oficina del Ministerio de Capital Humano—expresión horrible–, si las hay: los seres humanos crean el valor que se acumula en algunos bolsillos, explotación mediante, como capital, pero, salvo que estemos en alguna distopía propia de novelas de ciencia ficción a lo J. J Ballard o Phliph K. Dick, todavía carecemos del código de barra que nos instrumenta como mercancías desechables o intercambiables.

No sólo está en juego aquí el trabajo de miles de riuocuarteneses y el derecho a estudiar de miles de estudiantes de la región y de otras provincias. Está en juego el futuro, algo que, el neoliberalismo se encarga de clausurar en la repetición de un presente perpetuo en el que derechos humanos, leyes sancionadas por mayorías democráticas, en suma, vidas humanas y no humanas, son ofrendadas como víctimas sacrificiales al único dios que no necesita pruebas de su existencia, ni de la férrea (in)moralidad de sus leyes: el Mercado.