Los grandes medios, en todo el mundo, y no sólo en Argentina, han hecho del tema de la corrupción una especie de reality show, con todas las caracterĆ­sticas del gĆ©nero: la emisión continuada y repetida, la persecución y la vigilancia de los mĆ”s mĆ­nimos gestos de cualquier dirigente polĆ­tico que mida para atraer la atención de las cĆ”maras al servicio del escĆ”ndalo. Cómo en un reality, el tratamiento del asunto en los grandes medios, especialmente en la televisión—suerte de dinosaurio electrónico que aĆŗn suele verse encendido en algunos bares y otros lugares pĆŗblicos, en geriĆ”tricos o en casas en las que vive gente ya mayor—lo primero que la realidad del reality sacrifica es la verdad de los hechos, es decir: la realidad misma. El escĆ”ndalo es lo que cuenta y mĆ”s aĆŗn ligar el escĆ”ndalo con esa prĆ”ctica maldita, directamente identificada con la corrupción, que viene a ser la polĆ­tica. AllĆ­ estĆ” Luis Ignacio Lula Da Silva para contarlo: encarcelado por un departamento que supuestamente habrĆ­a recibido en coima, como parte de los favores de la empresa Oderbrecht. Lo curioso es que mientras se sustanciaba el proceso vil contra Lula, el departamento en cuestión fue vendido por su legĆ­timo dueƱo. Eso no impidió que Lula siguiera en la cĆ”rcel mientras Jahir ā€œmesĆ­asā€ Bolsonaro, un autĆ©ntico matón con alucinaciones de CĆ©sar, se convirtiera en presidente de Brasil. Tampoco impidió que Netflix instalara una serie—Lava Jato—acerca de la supuesta corrupción de Lula. La corrupción es un espectĆ”culo que genera millones; quizĆ”s ese negocio sea mĆ”s corrupto que la supuesta corrupción que denuncian medios y periodistas pagados por el negocio. Hoy, pareciera que todo aquello sucedió hace una dĆ©cada, pero fue hace apenas unos meses. Lula fue exonerado de las acusaciones y liberado. El mismo poder judicial que lo encarceló se ahorró las explicaciones. Cuando la palabra justicia estĆ” asociada a la palabra supremo o suprema estamos en problemas. Si es un palacio, no puede haber justicia, dice un viejo chiste. La Ćŗnica suprema que me gusta es la de pechuga de pollo.

El viernes 1 de Octubre de 2021, la legislatura porteƱa aprobó una ley cuyos Ćŗltimos dos artĆ­culos, si fueran presentados en un examen de derecho, admitirĆ­an un huevazo en la libreta, sin apelaciones. En un debate acerca de notificaciones y apelaciones por vĆ­a digital, el PRO introduce dos artĆ­culos que permiten que se puedan recurrir fallos de la Justicia Federal ante el Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. De hecho, el susodicho tribunal ya viene haciĆ©ndolo: ha permitido recusar sentencias del fuero laboral a favor de trabajadores de una reconocida empresa de delivery; sĆ­, esa de la app del celular. Digamos de paso que hay que ser muy mierda para ir en contra de los trabajadores de delivery, quizĆ”s el equivalente hoy de lo que eran los peones rurales en la dĆ©cada del cuarenta del siglo pasado. Claro, en el fuero comercial tambiĆ©n hay una recusación de fallos de la Justicia nacional en contra de la familia Macri por el largo affaire del Correo argentino, cuyo canon, la empresa Socma, no paga desde hace veinte aƱos, mientras sigue operando y vaciando una empresa que es de todos los argentinos. A esto hay que agregar que Santiago Otamendi, juez del TSJ porteƱo fue vice ministro de Justicia de Mauricio Macri e integrante de la llamada ā€œmesa judicialā€ constituida para perseguir opositores durante su gobierno. Weinberg de Roca, otra jueza del TSJ de CABA fue candidata a procuradora nacional, propuesta por Macri cuando era presidente. La legislatura porteƱa, con 38 votos a favor y 20 en contra acaba de darle legitimidad a este disparate jurĆ­dico y Ć©tico ĀæCómo llamarle a esto?

El filósofo francĆ©s Alain Badiou, en una conferencia en el campus de una universidad norteamericana, recuerda una vieja discusión que Saint-Just y otros jacobinos tuvieron, allĆ” en los lejanos aƱos de fin del siglo XVIII, mĆ”s precisamente en 1792. Dice Badiou: ā€œDónde falla la virtud el terror es inevitable. Pero ĀæquĆ© es la virtud? Es la voluntad polĆ­tica, o lo que Saint-Just llama ā€˜conciencia pĆŗblica’, que, inflexible, pone la igualdad por encima de la libertad puramente individual y la universalidad de los principios, por encima del interĆ©s de los particularesā€[1]. Como el propio Badiou reconoce, este debate no carece en modo alguno de actualidad. El mundo es demencialmente injusto y quienes vivimos bajo estos regĆ­menes que mal pueden llamarse democrĆ”ticos o, en todo caso, de manera muy equĆ­voca, no somos los ciudadanos virtuosos de los que hablaba Saint-Just. No somos terroristas tampoco. Como buenas gentes blancas, en este extremo de occidente tambiĆ©n condenamos el terrorismo.

Ahora bien ĀæQuĆ© quieren aquellos que no quieren ni la virtud ni el terror? Es decir, que no quieren el interĆ©s general, el bien de la mayor cantidad de gente posible por sobre los intereses y privilegios de una minorĆ­a. Esa misma pregunta se hacĆ­an Saint-Just y los antepasados jacobinos de la tradición republicana.Ā  ā€œY la respuesta a esta pregunta era: quieren la corrupción. En efecto, es en eso, en la corrupción dónde desean que nos revolquemos, sin mirar mĆ”s lejos […] Al decir corrupción, entiendo, sobre todo, la corrupción mental que hace que un mundo tan notoriamente ajeno a cualquier principio se presente, y sea asumido por la mayorĆ­a de quienes se benefician de Ć©l, como si fuera el mejor de los mundosā€, dice Badiou.

Cuando los supuestos salvadores de la República hablan de corrupción estructural aquello que debemos entender es que ellos son parte de dicha estructura, una de las vigas maestras que la sostiene, desde hace décadas. Lo demÔs es reality show o, como dicen en mi barrio: es para la gilada.

[1] Alain Badiou, Política y Filosofía, una relación enigmÔtica, Buenos Aires, 2014, Amorrortu ed., p 40.